Hace tan solo
unos pocos días, una de esas curiosas vueltas de la vida y del trabajo nos
llevaron a mis zapatillas y a mí hasta la ciudad de Venecia.
Y aunque en
principio una minúscula isla del Adriático, arañada por sinuosos canales
navegables y edificada hasta unos límites de densidad que podrían considerarse
poco razonables no parece un lugar demasiado apropiado para el running, yo
estaba convencido de que debía ser posible.