sábado, 28 de septiembre de 2019

La prematura muerte del estadio de La Cartuja


Este pasado mes de mayo el estadio Olímpico de La Cartuja de Sevilla cumplía en absoluto silencio sus 20 años de existencia. Un cumpleaños para muchos incómodo, que sirvió para recordarnos que la instalación se encuentra cerrada desde el pasado año por problemas en su cubierta.
 

El estadio, tercero de España por capacidad después del Camp Nou y el Santiago Bernabeu, abrió sus puertas el 5 de mayo de 1999 para albergar el Mundial de Atletismo de ese año y para formar parte de las candidaturas de la ciudad de Sevilla a las olimpiadas de 2004 y 2008. La idea original también contemplaba que el estadio se convirtiera en el escenario principal de los clubes del Betis y de Sevilla.  

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Sin embargo, tras la celebración del VII Campeonato Mundial de Atletismo, ninguna de estas ideas originales llegó a materializarse por lo que con el paso del tiempo el estadio ha acabado siendo el escenario de gran variedad de eventos, entre los que se cuenta una Copa Davis, dos finales de la Copa del Rey y una final de la UEFA, algunos encuentros internacionales de fútbol y diferentes eventos musicales y conciertos.
Personajes de la talla de AC/DC, U2, Madonna, Bruce Springsteen, Mana o Héroes del Silencio han llenado el estadio durante estas dos décadas.

Asimismo, el Estadio de la Cartuja ha sido tradicionalmente punto de partida y línea de meta del Zurich Maratón de Sevilla, uno de los grandes del panorama nacional y recientemente distinguido con la etiqueta de oro de la IAAF (Road Race Gold Label), que lo convierte a ojos de la Asociación Internacional de Atletismo en uno de los tres mejores maratones de España junto con el Rock ´n´ Roll Madrid Marathon y el Valencia Trinidad Alfonso EDP.

Pertenecí a una de las últimas remesas de corredores del Zurich Maratón de Sevilla que aún pudieron convertirse en finishers entre los muros del Estadio de la Cartuja y, realmente, el tartán que coronara en 1999 a Abel Antón como campeón del mundo y con él a todo el atletismo nacional, era sin duda un lugar emblemático como pocos para ser la meta de un maratón. 

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Francamente, de haber sabido la poca vida que le quedaba al estadio por delante me habría fijado más. Y es que daba por sentado que siempre habría una próxima vez y que aquel coliseo moderno siempre estaría allí, esperando una nueva maratón e incluso (¡quién sabe!) unas olimpiadas que dieran finalmente sentido a su apellido de “olímpico” con el que fuera bautizado en un alarde de optimismo. 
 
Me sorprendió leer no obstante que los diseñadores del estadio habían estimado la vida útil de la cubierta en 25 o 30 años y que quizá haya habido una falta de mantenimiento... Yo suponía ingenuamente que, al igual que el Coliseo de Roma o el Acueducto de Segovia, una obra de estas características debía ser capaz de sobrevivir durante siglos. Olvidé de nuevo -como tantas otras veces- que vivimos en la era de lo efímero y que muy posiblemente nuestra civilización no dejará nada que encontrar a los arqueólogos del futuro.

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